domingo, 20 de julio de 2008

EL arte de asesinar al poeta

Este poema fue el que dio título a un libro que escribí en 2005 después de haber mostrado mis textos a una persona y no obtener el resultado que esperaba, ya he publicado en este blog otro de los poemas del libro y conté la historia. Cuando escribes un libro entero, y a mí me pasa con frecuencia, no reparas en el poema individualmente, hasta que un día vuelves a ellos y los ves con otros ojos. En este libro yo me desahogaba de una mala experiencia, y en vez de escribir un texto panfletario flagelándome por la incomprensión, fui capaz de escribir poemas que algún tiempo después han llegado a servirme, me han ayudado a creer en mí, que a veces dudo -como todo el mundo supongo- de lo que puedo llegar a conseguir, guste a quien lo lea, o no guste. Esto a veces carece de importancia. Creo que uno de los fines de la escritura es que en algún momento puedan ayudarte a ti mismo, o a alguien en tu misma posición. Ser capaz de mirar las cosas con distancia aunque duelan. En una ocasión Carlos Edmundo de Ory me dijo que el poema era sufrimiento , que el dolor es la poesia en estado puro. Aunque no esté totalmente de acuerdo en que la poesía debe surgir desde el dolor -no siempre-, sí es cierto que al ser un sentimineto tan común facilita su comprensión.




Es una tradición familiar
asesinar al inocente, al mensajero,
al joven o al poeta.
Después de tantos años y guerras,
entre el derrumbe y el olor a limpio,
volvemos cada vez más a menudo
con las manos ensangrentadas.
...De rodillas o descalzos
sumisos o humillados...
Anotamos en la lista interminable
los nombres de las víctimas;
nombres que se olvidan aunque
el gesto no se pierda,
escritos hoy para ser leídos mañana,
de sombra en sombra,
desde ayer hasta antes del alba,
desde el invierno, hasta un cuerpo desnudo
donde el poema se cristaliza.
Luego llega la realidad
con su arte de matar -como tradicional verdugo-,
que con toda impunidad y limpiamente
nos cierra los ojos a plena luz día.

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