lunes, 6 de abril de 2009

LOS CAMINOS DE LA VIDA (I)

Aquí os presento un pequeño adelanto del artículo que verá la luz próximamente en nuestro periódico (de papel) "Ríos de Tinta".
Hace 4.600 millones de años, hora arriba, hora abajo, se formó nuestro planeta. Tras el parto vino una cuarentena algo más larga de lo acostumbrado que permitió que el bebé Tierra se enfriase y consolidara su corteza: mil millones de años quizá, o algo menos (700-800) según parecen querer decirnos unas antiquísimas rocas sedimentarias halladas en Groenlandia, en las que existirían rastros de vida.
En un ambiente poco atractivo desde nuestra posición actual (sin oxígeno y con una potente cámara de rayos ultravioleta castigando la superficie terrestre) se instalaron e hicieron fuertes las primeras células o protocélulas, los primeros seres vivientes, similares a bacterias anaerobias actuales: organismos simples hechos de proteína y ácido nucleico, sin núcleo aún pero capaces de prosperar, nutrirse, practicar un rudimentario metabolismo y plagar de hijos la tierra (el agua océana, en este caso pues, como es sabido, todo resulta más sencillo y amable en el medio líquido que en el torvo y polvoriento suelo terrícola).
Estos primeros pobladores, jóvenes e incautos, sufrieron vicisitudes mil e impactos emocionales del rango de cualquier reality, o más. Entre ellas destaca la que pudo suponer tal vez el primer gran desastre ecológico, con extinción masiva incluida. Ocurrió cuando súbitamente el aire empezó a contaminarse con un gas rarísimo, el oxígeno, lo que estuvo a punto de dar al traste con la aventura de la vida, pues la mayoría de los moradores del planeta, en aquellas fechas, eran intolerantes a esta extravagancia oxigenada y, dignísimamente, perecieron.
Por suerte, algunos aguantaron el tipo y, una vez repuestos de la tragedia, concluyeron que el repelente fluido genocida procedía de un mecanismo puesto en práctica por un grupúsculo de células rebeldes y contestonas: la fotosíntesis acababa de ser “descubierta”. La primigenia atmósfera, reductora y anaerobia, pasó a ser aerobia y oxidante en un cambio dramático en su día que marcaría, no obstante, el devenir de la vida en los siguientes años (pongamos unos dos mil millones).

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